jueves, 29 de septiembre de 2011

El acoso de las marcas




Todos los días nacen miles de marcas en el mundo, nuevas marcas que se creen con el derecho de ocupar su propio espacio en la mente de lo que ellas llaman “el consumidor”. Sin embargo, sobrevivir en estos tiempos no es fácil. Hoy los mercados se han vuelto tremendamente competitivos, no existen suficientes compradores para el global de productos y servicios que las compañías ofrecen y las herramientas de marketing ya están al alcance de cualquier empresa, grande o pequeña, multinacional o local, experta o joven.

En la actualidad, cualquier marca sabe que, si quiere sobrevivir, no le basta con poseer un buen producto o servicio, sino que ha de comunicar, darse a conocer, hacer publicidad, y que si no lo hace está condenada a la desaparición. Todos los días nacen miles de marcas en el mundo, es cierto, pero el 80% de esas nuevas marcas acaba muriendo o malvive agonizando. Como cualquier otro organismo, las marcas nacen con un fuerte instinto de supervivencia. Las marcas son organismos vivos, claro que sí.

En este mismo ecosistema vivimos nosotros, los seres humanos, expuestos a la presión a la que nos somete el marketing. Somos sus presas. Las marcas rastrean nuestras huellas, localizan dónde estamos, asaltan nuestros caminos y nos persiguen tratando de darnos caza, acribillándonos a mensajes publicitarios. Sólo en Europa las marcas invierten unos 100.000 millones de euros al año en publicidad. Dedicados a comprar impactos publicitarios, mayoritariamente no deseados, que irrumpirán en nuestras vidas.

La publicidad en televisión, por ejemplo. Según un estudio de Accenture de 2008, el 64% de la gente confesaba que lo que más le molestaba de la programación de televisión eran los anuncios. En España, el 84% de la gente asegura sentirse “bombardeado” con los spots. No es extraño, en España soportamos una presión de 642 anuncios por semana, segundo lugar en el ranking después de los estadounidenses con una media de 789. Las películas suelen empezar tarde, a las diez de la noche, supongamos, pero con los bloques publicitarios la película tal vez no finalice hasta la una de la madrugada. Los españoles somos los europeos que menos dormimos. Aquí está la explicación: las marcas no nos dejan.

No sólo es la televisión la que nos irrita. La publicidad nos abruma venga de donde venga. Nos fastidian las cuñas de radio que interrumpen continuamente lo que nos interesa escuchar. Nos molestan los banners que nos dificultan la lectura de nuestro periódico digital. Nos desagrada la publicidad exterior cuando pinta nuestras calles con los gritos de las marcas. Nos molesta tanto que llenen nuestro buzón de papeles como que llenen nuestro buzón electrónico de spam. Nos fastidia enormemente que las marcas invadan nuestra intimidad cuando nuestro teléfono suena a última hora de la tarde con llamadas de telemarketing para proponernos ofertas, o recibir por correo postal telegramas en los que nos comunican que hemos ganado un viaje a Cancún que será nuestro simplemente llamando a un número de teléfono. La mayoría de los mensajes publicitarios que irrumpen en nuestras vidas, sean del medio que sean, nos irritan, nos estorban o agreden nuestra sensibilidad. Sólo muy esporádicamente nos encontramos con bonitos anuncios, que nos distraen, o con anuncios útiles que valoramos.

Marcas depredadoras y personas que no se dejan depredar. Las dos especies conviven en un mismo biotopo, pero no parece que exista equilibrio. Por su actividad, desmesurada y dañina, las marcas actúan como organismos patógenos y la publicidad como una plaga, una enfermedad.

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