El acoso de las marcas

Todos los días nacen miles de marcas en el mundo, nuevas
marcas que se creen con el derecho de ocupar su propio espacio en la mente de lo
que ellas llaman “el consumidor”. Sin embargo, sobrevivir en estos tiempos no es
fácil. Hoy los mercados se han vuelto tremendamente competitivos, no existen
suficientes compradores para el global de productos y servicios que las
compañías ofrecen y las herramientas de marketing ya están al alcance de
cualquier empresa, grande o pequeña, multinacional o local, experta o joven.
En la actualidad, cualquier marca sabe que, si quiere sobrevivir, no le basta
con poseer un buen producto o servicio, sino que ha de comunicar, darse a
conocer, hacer publicidad, y que si no lo hace está condenada a la desaparición.
Todos los días nacen miles de marcas en el mundo, es cierto, pero el 80% de esas
nuevas marcas acaba muriendo o malvive agonizando. Como cualquier otro
organismo, las marcas nacen con un fuerte instinto de supervivencia. Las marcas
son organismos vivos, claro que sí.
En este mismo ecosistema vivimos nosotros, los seres humanos, expuestos a la
presión a la que nos somete el marketing. Somos sus presas. Las marcas rastrean
nuestras huellas, localizan dónde estamos, asaltan nuestros caminos y nos
persiguen tratando de darnos caza, acribillándonos a mensajes publicitarios.
Sólo en Europa las marcas invierten unos 100.000 millones de euros al año en
publicidad. Dedicados a comprar impactos publicitarios, mayoritariamente no
deseados, que irrumpirán en nuestras vidas.
La publicidad en televisión, por ejemplo. Según un estudio de Accenture de
2008, el 64% de la gente confesaba que lo que más le molestaba de la
programación de televisión eran los anuncios. En España, el 84% de la gente
asegura sentirse “bombardeado” con los spots. No es extraño, en España
soportamos una presión de 642 anuncios por semana, segundo lugar en el ranking
después de los estadounidenses con una media de 789. Las películas suelen
empezar tarde, a las diez de la noche, supongamos, pero con los bloques
publicitarios la película tal vez no finalice hasta la una de la madrugada. Los
españoles somos los europeos que menos dormimos. Aquí está la explicación: las
marcas no nos dejan.
No sólo es la televisión la que nos irrita. La publicidad nos abruma venga de
donde venga. Nos fastidian las cuñas de radio que interrumpen continuamente lo
que nos interesa escuchar. Nos molestan los banners que nos dificultan la
lectura de nuestro periódico digital. Nos desagrada la publicidad exterior
cuando pinta nuestras calles con los gritos de las marcas. Nos molesta tanto que
llenen nuestro buzón de papeles como que llenen nuestro buzón electrónico de
spam. Nos fastidia enormemente que las marcas invadan nuestra intimidad cuando
nuestro teléfono suena a última hora de la tarde con llamadas de telemarketing
para proponernos ofertas, o recibir por correo postal telegramas en los que nos
comunican que hemos ganado un viaje a Cancún que será nuestro simplemente
llamando a un número de teléfono. La mayoría de los mensajes publicitarios que
irrumpen en nuestras vidas, sean del medio que sean, nos irritan, nos estorban o
agreden nuestra sensibilidad. Sólo muy esporádicamente nos encontramos con
bonitos anuncios, que nos distraen, o con anuncios útiles que valoramos.
Marcas depredadoras y personas que no se dejan depredar. Las dos especies
conviven en un mismo biotopo, pero no parece que exista equilibrio. Por su
actividad, desmesurada y dañina, las marcas actúan como organismos patógenos y
la publicidad como una plaga, una enfermedad.